jueves, 8 de octubre de 2015

CALLEJONES DE BLANCOS.

   Uno de mis familiares políticos, (q.e.p.d.) solía decir que
a él no le gustaba vivir en "callejones de blancos",  esto
es, en edificios.
      En el Perú virreynal y de principios de la emancipación
se solía calificar a los habitantes de un lugar, por razas:
los blancos (descendientes de hispanos o de cualquier país
europeo, además de los mestizos parecidos a éstos); negros
e indios (posteriormente se les llegó a denominar cholos al
mestizaje de indígenas con blancos). Los callejones eran
viviendas en donde por medio de un largo pasadizo se
distribuían las viviendas de la gente pobre.

     Como la mayoría de las casas de la clase media o las
clases altas estaban distribuidas en viviendas unifamiliares
de uno o dos pisos, se menospreciaba a los callejones
haciéndolos pasar como lugares habitados por gente
ignorante o vulgar.

     Por ello mi pariente no quería habitar nunca en un edificio
porque su calificativo era determinante. Y hasta que murió,
efectivamente no lo hizo, porque residió en una casa unifamiliar
de dos pisos.

   Mi hermana me cuenta que cuando yo era niño, vivíamos
en una casa ubicada en la principal avenida de la ciudad de
Chepén, en el norte peruano, que tenía la entrada por esa vía
y cuya puerta trasera desembocaba en la otra calle de la misma
manzana.  Un lujo para aquellos tiempos... Mis padres eran
directores de escuelas fiscales. La casa era alquilada y nadie
se preocupaba de tener por aquella época, casas propias, salvo
alguna gente de clase media, previsora.

    Aquella casa en que vivíamos según me refiere, tenía agua
potable, aunque no tenía desagüe. Venía un chino a comprar
los deshechos y se los llevaba, los mismos que probablemente
les servirían como abono para sus plantas.

   Como no recuerdo estos hechos, me limitaré a contar lo que
yo sí he visto. En una casa en la cual vivimos en la ciudad de
Trujillo, capital del departamento de La Libertad, yo veía a la
empleada doméstica meter un balde con una soga a un pozo y
sacar el agua que deberíamos tomar todos los días. Seguramente
después de ser hervida.  También he visto una lámpara de kerosene
con la cual en algún momento nos hemos alumbrado... El Perú era
muy pobre... Pero nunca perdíamos el humor. En casa, todos los
días no faltaban los chistes, las bromas y las risas.

    Mi padre había logrado adquirir en alquiler una casa en un
barrio fiscal (#2) y teníamos un departamento pequeño, aunque
acogedor. Tenía una sala, un comedor, una cocina dos dormitorios
y un baño. Y sobre todo, era "mi casa", fue la única vez que sentí
que tenía una casa. Compartida con mis padres y mis hermanas.

    No sabía que en otros lugares del país, la gente vivía en una
promiscuidad increíble. No me hubiese imaginado ni podía saberlo
en aquella época que más de 5 personas vivían todas juntas en
una sola habitación.

     Posteriormente vinimos a Lima y en casa de mi tía abuela, me
dieron por primera vez, mi habitación propia, con mi candado
respectivo.  En donde yo podía disfrutar de mi entera privacidad.

    Al principio, es cierto, nos acomodamos en casa como pudimos
y al poco tiempo fallecieron mis padres.

    Ellos vinieron para buscar salud a la capital de la República, pero
sus enfermedades estaban muy avanzadas y en aquella época no
había cura para las mismas.
 
     Hasta los 19 años, aproximadamente, con alguna que otra
pequeña modificación, viví cómodamente en casa de mis
familiares. A partir de los 20 años y cuando empecé a trabajar,
alquilaba una habitación en las llamadas pensiones, pero hasta
la fecha no he vivido en un edificio.
     Según mi familiar de la introducción, estar todos los días en
un ascensor para subir a los pisos superiores y tener que ver las
mismas caras de los vecinos por obligación, además de aguantar,
sus bullas, sus dificultades o sus escándalos, era lo peor para la
existencia humana.

     En cambio, en su casa tradicional podía disfrutar más de su
privacidad .

No había tanto vecino inoportuno, nadie se metía a su casa, ni
le abría la refrigeradora, etc. Tuvo mucha suerte porque vivió
toda su vida de esa manera.
   
     Pero la vida continúa y la gente se tiene que adaptar a la
novedad de los edificios. Tiene que vivir como decía mi pariente,
en "callejones de blancos" ya que no le queda otra cosa.

    Con el tiempo se vive en ciudades donde cada día el espacio
escasea y entonces, éstas, tienen que crecer hacia arriba. Y la
gente debe aceptarlo.

    Lima era una ciudad tradicional con solares hispanos, que tenían
un patio principal, en donde probablemente descansaban los caballos
o las carrozas de los propietarios, el equivalente a las modernas
cocheras y automóviles de la actualidad.

    En ese patio había unas escaleras que conducían a las habitaciones
principales, algunas de ellas ubicadas cerca a la calle y donde
existían (hasta ahora se conservan) balcones con celosías para ver
a los demás, sin que lo vean a uno. Y estas casonas antiguas de Lima,
son características de la ciudad y uno de sus principales motivos
turísticos.

     Aunque los edificios se hacen cada vez más altos y las habitaciones,
cada vez más pequeñas, quienes viven en edificios tienen que utilizar
los ascensores necesariamente para acceder a la calle y cuando hay
cortes de luz, si el edificio no cuenta con grupos electrógenos, se debe
utilizar las escaleras.
 
   Una vez fui a visitar a mi tía Elena que vivía en el 5to. piso de un
edificio antiguo de Lima. Ella era una anciana de más de 60 años y
la vi subiendo por las escaleras. Le pregunté:

  -Tía, ¿por qué no utilizas el ascensor?
  -Porque la vez pasada me quedé encerrada en él durante
    tres horas y tuvieron que venir los bomberos para sacarme.

    Y yo me pregunto, cómo hacen las personas de los edificios
para aprovisionarse. Recuerdo cuando estuve en Milán en la
casa de mi amigo Gustavo. traían el vino en unas garrafas como
para varios meses.
    Si uno necesita algún objeto y si vive en el primer o segundo piso,
fácilmente acude a la tienda más cercana y se aprovisiona.
 
    Mas es difícil saber como soluciona sus necesidades un habitante
de un edificio. No quedaría más cosa que pedirle prestado al vecino y
nos veríamos como el caso de la comedia de la vecindad del "Chavo
del Ocho", en que pediríamos prestado hasta una tacita de azúcar...

     Si bien no me ha tocado vivir en ningún "callejón de blanco",
no habrá otra solución que aceptarlo cuando se dé el momento y
esperemos nomás que nunca lleguemos al extremo de vivir como
en la película de Richard Fleischer: "Cuando el destino nos alcance",
en que la gente vivía hasta en las escaleras de los edificios.
   
San Borja, 8 de octubre del 2015.

EMILIO ULISES ROBLES HORA.