sábado, 23 de junio de 2012

EL VIEJO DEL FARO. De mi poemario "Torbellino Dorado".

   NOTA DEL AUTOR.

Cuando empecé a escribir este poema, describí la
figura de un anciano y su relación con un niño.   Era
la imagen de mi padre conmigo... No podía concluirlo
al no tener la otra parte. Es decir, el punto de vista del
padre con el hijo. Al poco tiempo apareció un niño al
cual crié como si fuera mi propio hijo, quien ahora me
dice papá. Y pude terminar el poema que estaba
descansando entre mis escritos.

De mi Poemario: "Torbellino Dorado"

  EL   VIEJO   DEL   FARO
Autor: Emilio Ulises Robles Hora

                          I

 En aquel antiguo faro
 vivía un viejecito
 Llamábanlo don Murialdo
 aunque nunca se supiera
 cómo llegó a aquel puerto;
 si siempre fue muy anciano
 o algún día fue un muchacho
 lo cierto es que don Murialdo
 en poco tiempo moría.
 Nadie se preocupaba
 de visitar  aquel viejo
 total solo los amigos
 funcionan cuando hay dinero.

                       II

No muy distante vivía
un niño llamado César,
tenía muy buen carácter,
de contínuo se reía,
en su pequeña edad
de aquellos nueve felices.
Caminaba por la playa
jugando con los colores
de las piedras que en sus manos
semejaban los tesoros
de algún rey omnipotente,
continuando su fantasía,
creando mil situaciones.

                   III

Mas quiso el acaso un día
que ese niño se fijase
en el faro de ese puerto.
Se preguntó ensimismado
¿qué castillo interesante
había frente a su casa?
Decidió reconocerlo
caminando hasta aquel cerro,
subiendo por lo empinado
de las cuestas del camino;
cuando creía acercarse,
más lejos le parecía
que se encontraba el castillo.

                   IV

Al fin llegó hasta la puerta
jadeando desorientado;
descansó lo prudencial
porque se había agotado
sólo le quedaba entrar
si le franqueaban el paso.
Pensó: ojalá me abrieran
para poder conocer
este castillo anhelado,
tal vez el rey sea bueno
me invite a permanecer
unos días en su casa,
antes del anochecer.

                  V

Murialdo que descansaba
en un sillón ordinario,
imploraba al Ser Supremo
que se apiadara de su alma,
esperando entre oraciones
el ruido de la guadaña.
Las lágrimas le caían
en ese rostro surcado
por mil arrugas logradas
en trabajos sin reposo.
Mientras pasaba su vida
cual película sin fin,
oyó golpes en la puerta.

                 VI

Preguntóse brevemente
si la muerte iba a buscarlo.
Resignado se acercaba
a lo que creía el fin
y al abrir muy suavemente
¡Oh sorpresa!, había un niño
de cabello ensortijado,
sonriendo con entusiasmo,
denotando su alegría,
aquella dicha infantil
que los sabios necesitan,
los filósofos también,
para descubrir sus leyes.

                  VII

¿Es usted el rey del castillo?
preguntó César al punto,
dejándose impresionar
por la gravedad del viejo.
¿Podría yo conocer
sus aposentos sagrados?
que estaré muy halagado
si me invitara a quedar
unos días en su hogar,
pues hace tiempo que espero
vivir en su honrada casa
para poder meditar
acerca de muchas cosas.

                   VIII

Murialdo se sorprendió
que el chiquillo bien hablase
respondiéndole en seguida:
hijo, mi casa es tuya,
si tú deseas honrarme
con una visita grata,
sólo tienes que decirlo.
Yo estaré muy complacido
de tenerte como huésped.
Prepararemos tu ropa
y también tu habitación
para que te sientas cómodo,
en ésta, tu humilde casa.

                   IX

Como era tarde el anciano,
luego de haber cenado
opíparamente, César,
lo dejó en su habitación
para que pase la noche.
De su ventana veía
los barcos con muchas luces,
el muelle iluminado;
escuchábanse las olas
estallando en las orillas
y se quedó durmiendo
soñando con otro mundo
diferente al que vivía.

                   X

Al otro día el muchacho
buscó al señor Murialdo.
Éste había pensado
comprar algunos juguetes
para obsequiarle a César;
el niño cuando llegó,
le dijo muy firmemente:
¡Enséñeme su castillo!
No es castillo, sino faro
respondióle don Murialdo.
¿Qué diferencia existe?
El faro sirve a las naves;
el castillo a los feudales.

                  XI

Una vez que recorrió
todo el faro de este cuento,
el niño se identificó:
No soy César, don Murialdo.
He venido a darle vida
porque usted sí la merece;
los hombres que como usted
trabajan en nobles fines
merecen un mejor trato
dijo mientras le entregaba
piedras preciosas y plata;
ésto le obsequia el Padre
al que usted siempre le reza...

                 XII

El anciano que de pobre
viviera toda la vida,
de la noche a la mañana,
se transformó en un magnate.
Vinieron cual las abejas,
que en el panal de la miel,
retozan y no abandonan
el dulce que es su delicia,
los familiares perdidos,
aquellos que no aparecen
cuando el pobre les apesta.
Y así Murialdo vivió
más de cien años dichoso.

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"TORBELLINO DORADO" del autor Emilio Ulises Robles Hora
se terminó de imprimir en  su  primera  edición,  el 21 de Julio  de  
1990.  Se prepara una segunda edición...






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