sábado, 17 de septiembre de 2011

EL HOMBRE QUE NUNCA HABLABA.

Recuerdo cuando era un niño de nueve años y vivíamos en Trujillo, veía todos los días a un hombre sucio, barbudo, con la mirada perdida. Por su vestimenta y rasgos parecía de origen andino, aunque yo todavía no conocía la diferencia entre un costeño y alguien de la Sierra.
Vestía un poncho de colores rojizos y seguramente mi padre me dijo de donde provenía.
El hombre no comía, no bebía agua, sólo aparecía en el lugar empotrado debajo de la escalera al segundo piso, a la vuelta de mi casa.
Yo iba a contemplarlo porque me llamaba la atención que tampoco hablara.
Yo algunas veces era un niño silencioso, por lo tanto, el pobre hombre que no se comunicaba con nadie, suscitaba en mí alguna simpatía.
No sospechaba el origen de su postración y su silencio. De tanto visitarlo en su lugar de descanso y observar lo que hacía, en algún momento, lo vi sacar de entre su ennegrecida y sebosa ropa, un artefacto en forma de pera. Era un mate, al cual le había perforado la parte alargada de arriba y le había introducido una especie de harina mojada, que en realidad estaba hecha de cal.
Metía un palillo por el agujero y sacaba la cal humedecida y se la llevaba a la boca. Luego sacaba de otro bolsillo de su pantalón unas hojas que las masticaba produciendo una mezcla agradable para él, formándose al poco tiempo a un costado de una de sus mejillas, una bola, y en esa situación permanecía todo el día, ingiriendo ese preparado, su único alimento.
Cuando le pregunté a mi padre quién era y qué hacía ese individuo al lado de mi casa. Me contestó: -Es un coquero. Y yo le seguí preguntando: -Y ¿Qué come? Me explicó que los coqueros, debido a su vicio, no comen casi nada, porque se les quita el hambre y sólo se preocupan por chacchar (masticar) la coca.
Quedé fuertemente impresionado por las explicaciones de mi padre y claro está, decidí que nunca probaría la coca.
Es cierto que a veces te dan de contrabando la hoja sagrada de los Incas (en forma de gaseosa) pero en cantidades mínimas, que si bien producen acostumbramiento, no causan el efecto que le causaba la cocaína al coquero de mi barrio, el Barrio Fiscal Nº 2 de la ciudad de Trujillo.
El pobre hombre, tampoco trabajaba y se quedaba dormido debajo de las escaleras. El vecindario lo toleraba y seguía en ese estado sin ser trasladado a ningún nosocomio especializado. Él era sumamente pobre y el Estado no preveía estos casos.
Eso fue hasta que nos vinimos a vivir a Lima para siempre, luego me enteré que había muerto en forma espantosa. Según me contaron, lo habían quemado vivo, rociándole gasolina y prendiéndole fuego.
Probablemente la hoja de coca tenga algunos efectos terapéuticos porque recuerdo mucho a mi tía-abuela, en cuya casa llegamos a vivir, que cuando se ponía mal y estaba casi moribunda, le daban su mate de coca y revivía al instante.
Hay gente a la cual le cae muy bien el mate de coca y hay gente en Argentina que bebe todos los días su yerba-mate.
Sin embargo, el efecto que causó en aquel hombre que nunca hablaba, el mal uso de la hoja sagrada de los Incas, lo llevó a su fatal destino.

San Borja, 17 de marzo del 2,008.
Reestructurado y nuevamente editado
el 17 de setiembre del 2,011.

EMILIO ULISES ROBLES HORA

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